Dicen que el tiempo lo cura todo. Y quizá sea cierto si con el tiempo nos convertimos en necios más preocupados por el miedo al ridículo que por ser y actuar de verdad. Pero si por un segundo somos puramente realidad, gritaremos bien alto que es mentira. El tiempo no cura nada.
Nadie te cuenta que el tiempo no soluciona los errores. Ni mitiga la crudeza de sus consecuencias. Nadie habla de como la culpa puede convertirse en losa. Lo mismo ocurre con la vergüenza, que en algunos casos no es más que una mala versión de la primera. Pero ambas son losa y cemento. En el pecho. Aplastándote.
Nadie te dice que tu confianza en el ser humano tras una decepción no será reconstruida si no trabajas y pones empeño en ello. No te cuentan que volverás a sentir vértigo cada vez que entregues tu corazón. Ni tampoco que una parte de ti siempre será aquel adolescente asustado al rechazo auxiliando aceptación con la mirada.
No, no hay solistas que canten al fracaso. Ni escritores que hablen de desdicha. Y si los hay, ninguno ocupa las portadas destinadas a la grandeza. Ni obtienen cinco minutos de prime time.
Supongo que a estas alturas de sobra es sabido que nadie quiere que le hagan pensar. O sentir. Para el caso es lo mismo. ¿Quién va a querer evadirse de su rutina leyendo o escuchando realidad? Supongo que nadie. Es más fácil engañarse.
Es más sencillo pretendernos buenas personas mientras con un movimiento leve de cabeza escuchamos a otro. Perdón. Mientras decimos que escuchamos. Porque si lo pensáis, el 90% de las respuestas a un discurso cargado de problemas es "No te preocupes. El tiempo lo cura todo". O todos somos un único motor o todos mentimos como bellacos.
Rescatemos cinco minutos de nuestro tiempo diario. Vamos a gastarlos en decirnos la verdad. Aquí va una: El tiempo no cura nada, ni lo pone más fácil. Tan sólo retrasa lo inevitable con parches cargados de espinas que acabaran por hacernos sangrar.