Como una vasija que moldear. Como
un montón de fango sin forma ni vida propia. Así se sentía entonces. No había podido evitarlo, pero por más que intentó
poner en práctica aquellas lecciones de identidad de sus clases de criminología,
desistir empezó a parecerle la única opción.
“La víctima en reclusión debe
aferrarse a su identidad”. “Cuánto más firme mantenga su mente más difícil le será
a su verdugo la dominación”. Falacias. Eslóganes vacíos destinados a
justificar una profesión en su opinión.
A veces, en la soledad de aquel
cuarto, mirando aquellas mohosas paredes recordaba con nostalgia la chica que fue.
Aquella vivaz joven que empezó criminología con el fin de ayudar a salvar
vidas. Lecciones, preparación física. Aquella inocencia que le hacía creer que
toda esa preparación la convertirían para siempre en una heroína. De esas que
ayudan a otras a salir del fango. De las que perseguían verdugos. Odiaba pensar
que aquella chica que fue no entendería la mujer en la que se había convertido.
O mejor dicho, en aquella mujer que él había creado.
Pero ocurrió. Aquella inocencia
se la arrancaron de cuajo aquella noche en la que él decidió que sería suya. Ni
siquiera le oyó venir. Caminaba de vuelta a casa cuando de pronto la golpearon
fuertemente con algo contundente. Después de eso pronto se volvió todo
oscuridad.
Cuando despertó ya estaba allí.
Entre aquellas paredes que parecían empequeñecer la habitación cada día que pasaba.
Entre aquellos muros que podía tocar con ambas manos si se estiraba un poquito.
Aquellas paredes cubiertas de moho y humedad eran su nuevo hogar. El mismo
hogar que había aislado sus gritos, su llanto y sus súplicas rogándole que
parase. Deseando que alguien la oyese y acudiese a salvarla.
Pero nadie apareció nunca. Nadie
apareció para evitar convertirla en vasija. En una vasija en la que él entraba
y salía cuando quería. Sin pedir permiso. Sin hacer caso a sus negativas y
súplicas. Visitarla cada noche parecía ser su pasatiempo favorito. Nada cambiaba, él parecía disfrutar con cada
grito. Con cada llanto. Entraba, hacía uso de su vasija y se marchaba cerrando
la puerta con llave. Así era su rutina.
Hasta que ella dejó de
gritar. Hasta que sus llantos pasaron a
ser sollozos en silencio. Él pareció notar el cambio. Su actitud no cambiaba
ciertamente, le gustaba seguir torturándola, pero cada vez prolongaba más su
estancia en la habitación tras terminar. La observaba, se recostaba a su lado. Parecía que había encontrado su
hogar. Parecía feliz con aquella muñeca creada a su gusto.
Y aquella confianza, fue su mayor
error. Una noche le oyó dormirse a su lado. Le parecía el colmo. Ahora también quería acabar con su soledad.
Con aquella soledad en la que se refugiaba cuando él se marchaba. Se dio la
vuelta mirándole enfurecida y entonces notó algo. Algo brillaba en su cuello.
Llevaba atado a un cordón plateado una llave.
Su pulso se aceleró. Sus pensamientos iban a mil por hora. ¿Podría
lograrlo? ¿Podría conseguir huir sin hacer ruido? Pero… ¿Y si se despertaba?
Puede que fuese su fin. Entonces volvió otra vez como una visión a su memoria
aquella chica llena de ilusiones que un día fue. Y pensó que tal vez su fin ya
había llegado lo lograse o no. Y que puede que si conseguía escapar jamás volviese a
ser aquella chica pero bien podía ser otra. Mejor o peor pero quien ella
quisiese.
No recuerda mucho más después de
aquello. Todos son imágenes borrosas de la lentitud con la que abrió la puerta.
De la carrera. De su aliento fatigado al
dar apenas unos pasos. De las ramas que arañaban sus piernas desnudas al
tropezar. De aquellas linternas de unos campistas que la cegaron. De su
auxilio. De las sirenas de policía, de la ambulancia.
Todo eran preguntas. Peticiones para
que contara su historia una y otra vez. Hombres de negro que querían que
volviese sobre sus pasos recreando su huida. Para encontrarle, decían. ¿Cómo podían
pedirle que volviera a su prisión? Todo parecía un chiste mal contado.
Hasta que un día, aquellos
trámites dieron su fruto. Le encontraron. Aferrado al colchón en el que ella
dormía. Flashes y portadas coparon su historia durante un tiempo y después todo
cayó en el olvido. La vida seguía aunque ella no pudiera seguirle el ritmo.
Aunque sintiese que parte de ella había quedado para siempre atrapada en aquel
zulo.
Durante mucho tiempo las
pesadillas embargaron sus noches. Se despertaba sudorosa y gritando pidiendo auxilio.
Hasta que decidió contar su historia. Un día volvió a aquel edificio en el que
ella soñó convertirse en heroína. Y lo
que iba a ser una conferencia más, con el fin de que los que iban a dedicarse a
salvar vidas obtuviesen un punto de vista cercano de la víctima se acabo
convirtiendo en su sanación. Aquellas charlas que a veces se alargaban por sus
silencios y su voz entrecortada, terminaron por recordarle algo muy importante:
Si, había sido recluida. La habían violado, pegado, torturado y convertido en
un objeto inanimado. Pero se acabó. Ella estaba aquí, libre, empezando a vivir
de nuevo a su antojo. Ella había ganado y él no. Él era un verdugo recluido
donde ya no podría torturar a nadie más…y ella, ella era una heroína.